De “chiquininos” hemos oído a nuestros padres:
¡Duérmete niño que vienen los aullones!.
Cuando crecimos, preguntamos quienes eran estos personajes. Y en unos tiempos donde escaseaba la televisión, escuchamos sentados en la camilla historias verdaderas o fabuladas sobre estos siniestros individuos. Figuras que, por su singularidad, hemos querido rescatar, ya que forman parte de nuestras tradiciones.
La etapa de sus actuaciones, siempre nocturna, va desde principios de siglo hasta la guerra civil, con algunos repuntes en la postguerra. Épocas de gran censura y represión, pero que no estaban libres de “impúdicos romances”.
Los aullones se repartían por toda la geografía peninsular, en otros lugares, eran conocidos con el nombre de “marimantas” o de “pantarujas”. Pero el término “aullón” no era solo privativo de la localidad de Talavera. Felipe Trigo en su obra El médico rural, nos dice:
Al ejercer, Felipe Trigo, de médico en diferentes localidades extremeñas, como Trujillanos, Valverde de Mérida y Mérida, es lógico que tuviera conocimiento de las actividades de estos sujetos.
La vestimenta del aullón consistía en una capa negra. El rostro oculto o embozado. De alta estatura, por lo que presumimos que se colocaba un postizo. En las manos o la cabeza llevaba un candil o farol. De otros, nos han referido también, que portaban una esquila o arrastraban cadenas.
Utilizaban este disfraz para sus citas secretas y clandestinas. La gente sentía gran temor ante estos fantasmones, sobre todo, a salir de noche y toparse con alguno de ellos.
Cuentan que a un vecino de Talavera, cansado y deseoso de llegar a su casa, tuvo un encuentro con un aullón que le obligó repetidas veces a cambiar de calle.
“Sino que todo sería invención de aquellos socarrones, creyendo asustar al forastero, o el “aullón”, según ya le llamaban no recorrería este lado del lugar, porque Esteban, que de puro aburrimiento quedaba nervioso y desvelado al desbandarse la tertulia, no lo oía ninguna noche”.
Al ejercer, Felipe Trigo, de médico en diferentes localidades extremeñas, como Trujillanos, Valverde de Mérida y Mérida, es lógico que tuviera conocimiento de las actividades de estos sujetos.
La vestimenta del aullón consistía en una capa negra. El rostro oculto o embozado. De alta estatura, por lo que presumimos que se colocaba un postizo. En las manos o la cabeza llevaba un candil o farol. De otros, nos han referido también, que portaban una esquila o arrastraban cadenas.
Utilizaban este disfraz para sus citas secretas y clandestinas. La gente sentía gran temor ante estos fantasmones, sobre todo, a salir de noche y toparse con alguno de ellos.
Cuentan que a un vecino de Talavera, cansado y deseoso de llegar a su casa, tuvo un encuentro con un aullón que le obligó repetidas veces a cambiar de calle.
Harto ya de andar, se agachó y cogió una piedra de aquellas que habían sido levantadas por las llantas metálicas de los carros. La piedra, lanzada con ánimo de asustarle, hizo saltar chispas del empedrado. El aullón viendo tal actitud, corrió a refugiarse detrás de un pozo cercano. El cabreado paisano repitió la operación con una nueva piedra, que, arrancó del brocal trozos de ladrillo. El enmascarado incorporándose gritaba:
¡No me mates!. ¡No me mates!
Acercándose a éste, le pidió se quitase el disfraz. ¡Cuál no sería su sorpresa al descubrir que se trataba de una muy respetable señora, que le pidió no descubriese su identidad!.
Nuestro honrado vecino cumplió su promesa de caballero, y el secreto duerme con él en la tumba.
Así que ya sabe, si va solo, es tarde, y camina de noche por una calle de Talavera, puede salirle un aullón. Por fortuna, no está en un mes de septiembre de comienzos de siglo, y los aullones han desaparecido. Se desvanecieron junto con sus correrías de “adulterios y devaneos”.
Grupo Coros y Danzas “Luís Chamizo”.
Sección de Investigación de la Historia y Folklore.
Autores: C. Cansado, A. Corzo y A. Gómez.
Sección de Investigación de la Historia y Folklore.
Autores: C. Cansado, A. Corzo y A. Gómez.
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